domingo, 21 de mayo de 2017

El CAOS del ser humano



Cómo somos...
Incorregibles.
Desquiciables.
Tortuosos.
Histéricos.
Irrespetuosos.

Sólo hace falta salir a la calle unos minutos para descubrir la veracidad de todos estos adjetivos.
En España sufrimos el síndrome del “paquélasprisas” continuamente. Y es que nos levantamos con la hora pegada al culo, creando con ello un estrés desde primera hora de la mañana. Y lo pagamos con los demás. Porque no te dejan pasar en la acera; porque la ancianita que tenemos delante en la gasolinera rebusca las moneditas para quitarse peso; porque encontramos atasco. La lista es bastante larga. Entonces es cuando reunimos todas estas expresiones y más en un solo instrumento.
¿Cuáles son las expresiones?:

“Quítate del medio”
“¿Dónde quieres ir?”
“Me estás molestando”
“¿Qué haces ahí parado?”
“La madre que te parió”
“¿No me ves?”
“Ey!! coleguita!!!”
“Goooooooollll”
“Campeoooooooonessss”
“No me puedo mover”
Os puedo asegurar que hay muchas más, algunas absolutamente absurdas.
¿Cuál es el instrumento?
El claxon o bocina del vehículo. Ese horrendo, macabro, molesto, perturbador, pecaminoso y aberrante objeto sonoro que tanto uso tiene en la ciudad o poblado.
Según el código de circulación, el claxon ÚNICAMENTE puede utilizarse, dentro y fuera del casco urbano, para evitar un accidente.
¿Entonces?
Ahí no dice nada del típico imbecil que a las ocho de mañana, si no antes, se pone como loco a tocarlo para que retiren el camión que obstaculiza la retirada de su coche. Todo esto cuando este individuo se ha tirado media hora tomando café con bollos, sin prisas. Pero entonces le entra la neura.
¿Y qué decir del que tenemos detrás en un stop metiendo prisa?
Qué necesidad tenemos de acrecentar de esta manera la contaminación sonora que ya sufrimos en la ciudad. Y todo para ganar unos segundos.
En mi opinión debería estar reflejado en el código penal, por lo menos podríamos disfrutar un poco más del placer de conducir sin alterarnos.
Pero no podemos evitarlo. Está en nuestra naturaleza y si no recibimos represalias ¿quién nos impide usarlo?
En fin, así es España. Cada día a “mejor”.

lunes, 15 de mayo de 2017

El sonido de los parques


No hay nada más gatificante que escuchar la risa de un niño.
Recuerdo, hace algunos años ya, aquel entrañable cubículo de tierra y piedras en el que pasaba las horas junto a mis hermanos o amigos. Jugando a las canicas, el trompo, el pilla-pilla, bola va, el escondite.
Cuando llovía, mi hermano y yo nos manteniamos espectantes junto a la ventana esperando que escampara para ir corriendo a la plaza Juan XIII a jugar a la lima, porque el barro molaba, aunque las manchas en la ropa no tanto a mi madre cuando llegabamos de barro hasta las cejas.
Qué tiempos. Una época maravillosa.
Cada día conocías gente nueva, niños que llegaban nuevos al barrio y que enseguida les inculcábamos nuestros juegos. Nos sentabamos, ya agotados de correr, en un banco y nos contábamos historias a cual más fantástica.
Han pasado muchos años desde aquello y me entristece profundamente contemplar ese gran lugar de recreo sumido en un mutismo total. Los niños ya no quieren jugar, salvo en sus maquinitas o Smartphones.
Son otros tiempos, sí. Pero por mucho tiempo que pase aun conservo la esperanda de volver a escuchar el sonido de los parques abarrotados de niños jugando al pilla-pilla.
¿Es ingenuidad? No sé, yo lo llamaría añoranza.

viernes, 12 de mayo de 2017

Viste una sonrisa



Silenciosas palabras susurra mi mente.
Me abruman y las odio.
Me afectan y las quiero. Siempre quise ser capaz, así sin más.
Sin ningún "de" que continue.
Simplemente capaz, locuaz, vivaz...
Aprendiz...
Codorniz...

Se me fue...

Hay veces que el humor rebosa de mi interior sin quererlo,
tiene vida propia. Y sonrío solo.
Porque yo me entiendo y me acepto.

La vida es más que ver pasar los días en el calendario,
levantarse e ir a trabajar, divertirse, amar...

La vida es más que todo eso y nadie te va a explicar
el significado, salvo tú mismo.


La vida es dura, dicen. Y es cierto. A lo largo de la vida te han azotado, humillado, insultado, herido, despreciado, rechazado, abolido... odiado.

Pero también te han querido, besado, abrazado, sonreido,
animado, acariciado... amado.

La tristeza puede cerrar una sonrisa,
pero la sonrisa borra la tristeza.

Tú decides cual vestir cada mañana.

martes, 9 de mayo de 2017

Una infancia feliz



Tras más de un cuarto de vida en este mundo viajando en el bote de la humanidad, he de decir que me siento bastante decepcionado con lo que hoy en día me envuelve.

Hace tiempo que he dejado de ver el telediario, pues lo considero una serie de catastróficas desdichas (buen titulo para un film tan patético), envueltas en la manipulación mediática a la que son sometidas. La gente está sufriendo y no necesitan saber que hay alguien que sufre más que ellos. ¿Eso nos va a hacer sentir mejor?

Malditos ignorantes.

Después está el deporte, indiferentemente de cual se tercie. Nos desvivimos por animar a nuestro piloto favorito o nos enfadamos cuando el delantero de nuestro equipo de fútbol cae en el área pequeña y el árbitro le ordena levantarse sin penalizar la falta. Como si nos diera de comer.

Eso me indigna.

¿Sabéis que con una sola mensualidad de todos los futbolistas de primera división se terminaría la crisis? España tiene el mayor despilfarro económico en futbol de toda Europa. Pero en eso no nos fijamos, ¿verdad? Si Cristiano marca un gol nos abrazamos como gilipollas y lloramos de alegría. Como si a él le importase eso.

Pero seguimos en paro, creciente a cada mes aunque los medios nos digan lo contrario. ¿Dónde está nuestro orgullo? ¿Nuestra decencia? Nos enganchamos al Salvame Deluxe solo por ver cuán patética es la vida de los invitados y cómo discuten. Y ellos haciendo el paripé se embolsan unos miles gracias a eso. Después somos incapaces de comprar una película o un buen libro.
¿Para qué? En Internet casi todo es gratis.

Hoy en día no nos conformamos con nada. Y menos la juventud, esos niños a los que les hemos enseñado a ser caprichosos.

Recuerdo cuando yo era pequeño. No tenía más de diez años cuando mi padre tuvo un terrible accidente de coche. Mi madre por aquel entonces no trabajaba, pues estaba embarazada de mi hermano pequeño. Mi padre trabajaba fuera y, tras la recuperación, necesitaba el coche para cubrir esa distancia, pero se lo declararon siniestro. Irremediablemente tuvo que comprar otro de segunda mano, un Seat Ritmo.

Y ahí estaba aquella familia. Dos niños de diez y once años y uno por venir. Y pagando casa y dos coches. mi única meta por aquél entonces era trabajar para ayudar en casa.

yo tenía unos diez años.

Recuerdo que, cuando llegaba el domingo, mi padre nos llevaba al basurero municipal y allí él encontraba de todo. Valdosas para sustituir las deterioradas del baño, algún mueble pendiente de una capa de pintura o barniz...

Mi hermano y yo encontrábamos lo que no teníamos: juguetes. Mi madre los lavaba con esmero y los cuidabamos cual tesoro. Daba igual si era un Click de Playmobil que le faltara un brazo o un coche de madera (que aún conservo).

No me avergüenzo de ello, pues así era feliz. Mi padre lo hacía por nosotros, más que por las valdosas que se acumulaban en la terraza sin usarlas jamás.

Eso lo comprendí con el tiempo.
Hoy, aún hoy, con todo lo que poseo, daría lo que fuese por volver a aquel vertedero junto a mi padre y gritarle desde un montículo cada vez que hallaba algo.

Me acuerdo de su cara.
Era feliz.

Gracias, papá, por esa infancia increible.